Deseo cumplido

Tal vez algún día se peleen a los gritos -o a las piñas- por un juguete, por una diferencia de opinión o incluso hasta por un amor. Tal vez algún día se miren con bronca, no se hablen, se muden de cuarto o se revoleen portazos en la cara. Es muy probable, y lo contrario sería incluso sospechoso. Pero cuando eso suceda, me gustaría que recordaran esta pequeña anécdota que nos conmovió profundamente a papá y a mí.

El verano pasado nos fuimos de vacaciones a Brasil, cerca de Salvador de Bahía. Y como obliga la tradición, los tres obtuvimos nuestra correspondiente cinta de Bonfim y pedimos el deseo con el que tanto soñábamos. Pasaron más de seis meses y llegó el mes de de julio. Una noche estábamos cenando cuando papá notó que vos todavía tenías tu cinta -o lo que quedaba de ella- sucia, harapienta, finita como un cable retorcido alrededor de la muñeca. Ay, Simón -dijo papá-. ¿Por qué no te sacás esa cinta? Está destruida. Yo enseguida aclaré que si el deseo que habías pedido no se había cumplido, no te la podías sacar aún. ¿Qué pediste, Simón? -te pregunté. No te puedo decir -me contestaste-. Porque los deseos no se dicen, son secretos. Está bien -dije yo-, pero por lo menos decime, ¿se te cumplió? Entonces le echaste una rápida mirada a tu hermanito que dormía en su cochecito junto a la mesa y dijiste: Sí, ya se me cumplió.
En la biblioteca de casa tenemos como adorno una vieja máquina de escribir Olivetti que pertenecía a mi suegro. La otra noche un amigo nuestro le pregunta a Simón:
- ¿Vos sabés qué es eso?
- Claro- contesta él con obviedad-. Una computadora antigua.
(6 AÑOS)

DEJAD QUE LOS NIÑOS VENGAN A MÍ

"¿Por qué lo pusieron en una equis al señor ese?" pregunta Simón a bordo de un taxi, mirando un crucifijo que colgaba del espejo retrovisor.
(6 AÑOS)