Hermanos

Nacieron a más de mil kilómetros de distancia el uno del otro y con seis años de diferencia. No comparten ni una gota de sangre en común, ni un mísero nucléotido de ADN. Sin embargo, cuando los vemos juntos, cuando asistimos a esa mágica comunión que se produce entre los dos no podemos dejar de asombrarnos y conmovernos.

Un mediodía se me ocurrió pasar a buscar a Cristóbal por el jardín para invitarlo a comer pizza, que a él le encanta; apenas le conté la idea, me miró con ojos interrogantes y lo primero que me dijo fue:
- ¿Y Simón?
No concebía la idea de dejar a su hermano fuera del plan. Por supuesto, con lágrimas en los ojos, le dije que claro, que Simón también venía con nosotros. Así que pedí autorización para retirarlo del colegio y nos fuimos los tres a comer pizza a un restaurant que queda en esa misma cuadra. Estaban felices.
Hace poco a Marcos le pasó a la inversa. Se le ocurrió proponerle a Simón la idea de irse juntos los dos solos de viaje, un fin de semana, en plan de "hombres". Simón se quedó serio unos segundos y le preguntó:
- ¿Y Cristóbal?

A veces los observamos en silencio y a cierta distancia, cuando juegan, cuando se duermen abrazados, cuando se revuelcan por el piso, o se ríen de lo mismo, o planean una travesura juntos, o se pelean, se abrazan, se protegen o se defienden el uno al otro. Y tenemos la extraña pero hermosa sensación de que el de ellos es un vínculo planeado por algo si no superior al menos anterior. Es difícil explicarlo, pero sé que a muchos les pasa lo mismo y lo pueden entender. Nos invade la certeza de que nosotros, como padres, simplemente fuimos el canal, el medio, que hizo posible que los dos se encontraran, y por fin pudieran estar juntos.
Entonces, si fuera así, bueno pues... misión cumplida.