Neuquén, Argentina - Agosto 2006

Pijama Party

Empezaron por dormir en colchones en el piso, en la cama de abajo de la tuya o los tres en la cama grande del cuarto de huéspedes, hasta que una noche se vinieron con carpa y bolsas de dormir!! Pocos planes te producían tanto entusiasmo como el de invitar a tus primos a pasar la noche en casa. Al principio sólo se quedaban los gemelos, Lucas y Tommy. Luego también se prendió la pequeña Mora. Por supuesto que "dormir" es sólo una manera de decir, la onda era quedarse despiertos hasta cualquier hora, mirar tele (si estaban en el cuarto de huéspedes, como se ve en las fotos) o charlar hasta que los párpados cayeran rendidos. Ya nos habíamos acostumbrado a que, cuando se acercaba el fin de semana, aparecieras con la pregunta: "¿Se pueden quedar a dormir los primis?"
Costa do Sauipe, Brasil - Enero 2004

CANCIÓN ESCATOLÓGICA

Una tarde escucho que Simón va cantando a los cuatro vientos: "Soy un lindo pececín / que en el mar es feliz / y hacé caca verde..." ¿Perdón? pregunto, exageradamente horrorizada: ¿De dónde sacaste esa canción? Me explica que es de la película "Mamá soy un pez". Dos o tres días después engancho el final de la peli, y cuando aparece el rodante final con los títulos, escucho la voz aguda del pez protagónico que claramente canta: "Soy un lindo pececín / que en el mar es feliz / acércate a verme..."
(4 AÑOS Y 10 MESES)
Xcaret, México - Enero 2007

UBI EST

"Mamá, ¿dónde está el alma de la risa?"
(4 AÑOS Y 10 MESES)

CABEZA HUECA

"Anoche no soñé nada. ¿Qué le pasa a mi cerebro, se está quedando sin baterías? ¿Ya no tengo más fotos adentro de la cabeza?"
(4 AÑOS Y 10 MESES)

¡AR, AR, AR!

Simón, contemplando un baúl que tenemos en casa: "Mamá, ¿cuando vos y la tía eran chicas, encontraron un tesoro?"
(4 AÑOS Y MEDIO)

LITERAL II

- Mamá, estoy triste porque tengo miedo de que pase muy rápido el tiempo y me voy a morir.
- No, mi amor, ¿sabés todo lo que te falta para eso? Años, muchísimos años… Pensá que China tiene 85 y todavía anda dando vueltas por el mundo.
Simón me mira y apoya con gesto:
- ¿Qué, en avión?
(4 AÑOS Y MEDIO)

Adiós, Nonita

La relación con tu abuela Luisa siempre fue muy estrecha y cariñosa. Ella te adoraba y vos a ella. Cada vez que subíamos al auto y el viaje se prolongaba más de lo acostumbrado, vos mirabas por la ventanilla y decías: “No-na, No-na”, adivinando que íbamos a Córdoba a visitarla, cosa que hacíamos al menos cada dos meses. Te mimaba mucho, te esperaba con las cosas ricas que a vos te gustaban, te tejía pullóveres y gorros, tenía su casa tapizada con tus fotos, tomaban mate juntos. Las amigas me contaron que se la pasaba hablando de Simoncito, con palabras llenas de orgullo. Se moría de amor cuando apenas abría la puerta, vos le estrechabas tus bracitos para que te hiciera upa. A la mañana, mamá y papá aprovechaban para dormir un rato más y la Nona te llevaba con ella a la terraza para tender la ropa o se iban juntos a comprar el pan. El 27 de mayo, de golpe, sin que nadie se lo esperara porque era una mujer sanísima, tu abuela tuvo un accidente cerebro-vascular. Y el 24 de junio, menos de un mes después, falleció. Tal vez vos eras muy chico y no entendiste bien qué pasó. Pero seguiste preguntando por la Nona muchas veces y cuando veías su foto siempre la nombrabas y le dabas besitos. Todavía no tenías dos años y ya te habías quedado sin abuelos.

Alumno precoz

El 14 de abril de 2004 (tenías 20 meses) empezaste tu vida escolar en el Jardín de Infantes del colegio que quedaba a una cuadra de casa. Tu sala era la sala “Solcito”. Y como era de esperarse, ¡¡¡te encantó!!! Mamá había escuchado muchas historias sobre el “difícil período de adaptación”: nenes que no quieren saber nada, lloran y patalean, se agarran de las piernas de la mamá y no se quieren quedar en el jardín por nada del mundo. Y estaba preparada para los cuadros más trágicos y melodramáticos. Pero no estaba preparada para lo que en realidad sucedió: nunca lloraste, ni siquiera una vez. Todo se hizo paulatina y lentamente. Al principio mamá o papá, o los dos, nos quedábamos con vos todo el tiempo, después un rato al principio y ese rato se fue haciendo cada vez más cortito. Y mamá fue la primera de todas las madres que pudo irse del aula y quedarse afuera leyendo un libro o tomando un café mientras vos desplegabas tus ansias de crecer, de aprender, de hacer amigos. Tenías dos amiguitos: Alejo y Luana, y tu maestra se llamaba Luciana. En apenas un par de meses, ya sabías sus nombres, muchas canciones, hiciste tus primeras obras de arte y disfrutabas como loco los lunes, miércoles y viernes, cuando te tocaba ir al “ja-lín”.


Simón, Luana y Alejo en la sala "Solcito"

Acodado en la barra

A medida que ibas creciendo algunos fotogramas se fueron grabando en nuestra memoria. Pequeñas escenas que te tienen como protagonista y que, por su ternura o gracia, merecen no olvidarse. Como la del cumpleaños de Abril. Ya te conté cómo, desde el principio, siempre fuiste un chico independiente. Cuando Abril cumplió tres años, Claudia y Roberto hicieron una hermosa fiestita en el country. Vos estabas por cumplir 20 meses. Llegamos de la mano y pasó lo de siempre: estuviste un ratito conmigo y después te largaste solito. Mamá se sentó en la mesa de los grandes y vos te fuiste a una muy larga y bajita que habían preparado especialmente para los nenes. Y te dedicaste a arrasar con los chizitos, las pizzetas, los sandwiches, todo lo que había que fuera comestible, sin discriminación. Pasó un rato largo y vos seguías pegado a la mesa, concentrado en el menú. En un momento dado, el animador anunció que había llegado la hora de los títeres y todos, absolutamente todos los chicos, abandonaron la mesa para ubicarse delante de un escenario improvisado en el quincho. Todos, salvo vos. Sentadito en una de esas sillitas de plástico para nenes, inclinado sobre la mesa, como un borracho en la barra, estabas haciendo fondo blanco con un vasito de plástico. Claro, el vaso tenía Coca y hasta entonces mamá sólo te dejaba tomar agua. La Coca-Cola era para vos como el elixir de los dioses, un placer prohibido, y no te lo querías perder por nada del mundo.

El Pequeño Simón Ilustrado

Cuando tenías 14 meses te salieron varios dientes al mismo tiempo. Y como suele pasar, esto te produjo un poco de diarrea. Una mañana te puse en el cambiador y cuando estaba por sacarte el pañal, me diste una de las mejores definiciones de diarrea que escuché en mi vida. “Mamá –me dijiste– caca se cae…”

Relaciones Públicas

Apenas empezaste a moverte por el mundo por tus propios medios comprobamos que eras un nene independiente y muy sociable. Te encantaba salir a pasear, conocer gente, estar con otros chicos, ir a fiestas, etc. Cuando llegabas a un lugar que no conocías, te quedabas a upa de mamá apenas unos cinco o diez minutos, observando a tu alrededor con cierta seriedad. Pasado ese lapso, vos mismo empezabas a mover el cuerpito -al principio- y a pedir “a-ca, a-cá” (que significaba bajar) –más adelante- para que te depositara en el piso. De ahí en más te perdíamos. Salías a recorrer el lugar, a jugar con los demás chicos si era un cumpleaños… en fin, a conocer el mundo. Y entonces ya podías pasar de brazo en brazo, conquistar a todos con tu simpatía, comer lo que se te pusiera adelante, ir y venir chocho de la vida.
Cuando tenías poco más de un año, nos invitaron al bautismo de Manuel, el hijo de Lucas y Eliana. Él fue uno de tus primeros amiguitos y los dos tienen mucho en común (Manu también es adoptado y también nació en Formosa, pero él sí estaba apurado ese día y llegó al mundo en plena ruta, debajo de un árbol. Pero esa es otra historia que te contaremos más adelante). Le festejaron el bautismo en el mismo salón donde nosotros hicimos tu fiesta de Bautismo y Primer Cumpleaños. El salón estaba lleno de mesas y vos no conocías a nadie, salvo a nosotros y a Lucas, Eliana y Manuel. Sin embargo, te la pasaste yendo y viniendo, corriendo de un lado al otro, y aparecías cada tanto en nuestra mesa sólo para pedirme algo de comer. En un momento dado, te perdimos de vista completamente. Había pasado un rato y mamá y papá se habían distraído charlando con algunas personas y haciendo sociales. Hasta que alguien preguntó: “¿Y Simón?” Papá se levantó enseguida y empezó a recorrer el lugar buscándote. Te encontró sentado en las rodillas de un perfecto desconocido, comiendo de su copa de helado, feliz de la vida. Así eras vos. Y eso también nos llenaba de orgullo.

Tu primer ídolo

No hubo que esperar a que te llegara la adolescencia para que te volvieras fanático de algún conjunto de rock o estrella del deporte. A los 13 meses ya tenías tu primer ídolo: Barney. Un dinosaurio enorme y fucsia al que conociste a través de Discovery Kids. ¡Te encantaba! Al principio sólo lo veías en la tele, daban su programa varias veces por día, y todas las noches cumplías al pie de la letra la siguiente ceremonia: después del baño, compartías con papá el placer de ver a Barney de 8 a 8:30 p.m., mientras mamá ordenaba el baño y organizaba tu cuarto (cerraba la persiana, preparaba la cuna y el chupete, te ponía un CD para dormir, etc.). A las 8:30, terminaba el show y vos ya sabías que era hora de irte a la cama. Le dabas un besito de buenas noches a papá, te despedías de Polo y de la Trola, mamá te llevaba en brazos mientras iba apagando algunas luces, cuando pasábamos por la cocina, rigurosamente pedías “aia” (agua), tomabas un par de sorbos y mamá te acostaba con un besito, vos te ponías el chupete y mamá apagaba la luz y te cerraba la puerta.
Después, con el correr del tiempo ya no te alcanzaba con ver a Barney dos veces por día y lo pedías a cualquier hora. Ya caminabas y entonces nos traías a mí, a Celsa o a papá el control remoto de la tele diciendo “Arní, Arní”: querías ver a tu ídolo. Entonces hubo que comprarte los videos. Si los habremos visto… ¡Por los menos cien veces cada uno! ¡No te cansabas nunca! Un día papá me llamó desde su celular, estaba en un taxi y había visto un afiche callejero que anunciaba que Barney estaba en la Argentina y daba un show en el teatro Ópera. Sin dudarlo, conseguimos las entradas y fuimos a verlo un domingo con los tíos Paps y Martín y tus primitos Lucas y Tomás. Nunca nos vamos a olvidar de tu carita cuando lo viste aparecer sobre el escenario. Te quedaste helado. Tan sorprendido que no podías ni sonreír. Después te soltaste un poco y siempre a upa de papá o de mamá, aplaudiste y bailaste al ritmo de las canciones que ya conocías de memoria. Tenías 16 meses y ya habías ido a tu primer recital en vivo.

Cantaniño

Desde que eras un bebé muy pero muy chiquito, siempre te fascinó la música. Te encantaba escuchar tus discos, amabas los móviles, los juguetes musicales, todo lo que tuviera sonido o ritmo te atraía. A medida que iban pasando los meses aprendiste a seguir el ritmo moviendo tu cabeza, tu cuerpo, o aplaudiendo, y cualquier melodía en la tele o la radio eran para vos una invitación a bailar. Cuando empezaste a manejar los objetos con tus manitos, armabas instrumentos de percusión con cucharas y ollas, el frasco de Chúker se convirtió en maraca, todo podía transformarse en un tambor, en una pandereta, etc. Decíamos “este chico va a ser músico o bailarín”. Una vez volvíamos tarde de la casa de tu tíos Paps y Martín, serían las 2 a.m., y te traíamos profundamente dormido en mis brazos a bordo de un taxi. El tachero encendió la radio y vos, aún con los ojos cerrados, comenzaste a moverte al compás de la música. “Es más fuerte que él”, pensamos, “lo lleva en la sangre”. Por eso, mamá y papá se la pasaban inventándote canciones. Por ejemplo, ésta que dice:

Sí, sí, yo me llamo Simón,
a mí me gusta el helado de limón.
Sí, sí, yo me llamo Simón,
y ahora quiero un sándwich de jamón.
Sí, sí, yo me llamo Simón,
y todas las tardes tomo sol en el balcón.
Sí, sí, yo me llamo Simón,
y cuando me retan me voy al rincón.
Sí, sí, yo me llamo Simón,
y a mí me bañan con agua y jabón.


O esta otra:

Yo tengo un hijito,
se llama Simón,
lo beso, lo abrazo,
lo quiero un montón.

Hasta tus primos, Lucas y Tomás, se ligaron una:

Yo tengo dos primos
que son gemelos,
son buenos, son dulces,
son dos caramelos.
Yo tengo dos primos
que son gemelos,
mamá los quiere tanto
que a mí me da celos.

Regalo de cumpleaños

El jueves 4 de septiembre de 2003, papá cumplió 40 años. Recibió muchos llamados, lo saludó todo el mundo, a la noche lo celebramos con una fiesta en un restaurant para treinta personas y nuestros amigos le trajeron muchos obsequios: remeras, camisas, un pulóver, CDs, un juego (llamado “Simon”, precisamente), perfumes, unos cuantos DVDs, etc. Mamá esa mañana lo había despertado con el desayuno en la cama y un reloj muy copado. Pero el regalo más especial de todos, el que nunca va a olvidar, se lo diste vos: ese día empezaste a caminar.

Pasajero frecuente

En tu primer año de vida sumaste muchas horas de vuelo. Tantas, que pronto llegaste a tener más viajes en avión que meses. Desde aquel trayecto primigenio que te trajo a casa cuando tenías apenas dos días de nacido hasta hoy has recorrido muchísimos kilómetros. Y ya fuera en avión, micro, tren o auto, siempre fuiste un buen viajero. De los que disfrutan todas las instancias, de los que entienden que el viaje es parte del paseo. Así te ganaste otro de tus apodos: "Simón, el trotamundos". Un excelente compañero de ruta, una valijita más para llevar de un lado a otro, un aventurero. Ojalá conserves ese espíritu toda la vida. Es bueno pensar que el mundo nunca te va a resultar ni ancho ni ajeno.

UNA CUESTIÓN FÍSICA

Simón toma un helado un caluroso día de enero, enchastrándose las manos y la boca. “Mamá, ¿por qué el helado se derrite?”, pregunta. “Bueno, dice mamá, porque estás tomando el helado a pleno sol y el sol derrite los helados.” Simón reflexiona unos instantes: “¿Entonces si me voy a la sombra no pasa nada?"
(3 AÑOS Y MEDIO)

NO ME LO PIERDO

Unos días después de Navidad, Simón pregunta: “Mamá, ¿por qué Papá Noel no te trajo pantuflas como le pediste?” Mamá le explica que cambió de opinión y al final se decidió por unos pantalones de jean tipo pescador que le gustaron más. “Pero no te preocupes, le pido a papá que me las regale para mi cumpleaños”. Simón se queda pensando y pregunta: “¿Va a haber pelotero?”
(3 AÑOS Y 5 MESES)

PASAR CALOR

Simón se quería poner unos zapatos azules tipo botita de gamuza en pleno diciembre. Mamá le explicó que estábamos en verano, y en verano se usan sandalias, ojotas o zapatillas. Calzado más liviano y fresco por el calor. Una tarde viajando en el colectivo Simón observa al hombre que tiene sentado al lado y pregunta en voz alta: “Mamá, ¿por qué el señor se equivocó?”, señalando hacia el piso. El hombre llevaba puestas unas botas.
(3 AÑOS Y CINCO MESES)

LITERAL

Mamá le estaba contando a Simón que en pocos días más se irían de vacaciones a Brasil. “Mamá, ¿yo conozco Brasil?”, pregunta Simón. “Sí”, dice mamá, “fuimos hace tiempo, cuando vos eras chiquito. Tenías un año y pico.” Simón piensa un instante: “¿Cómo los pájaros?”
(3 AÑOS Y 5 MESES)

BESTIARIO

Simón en el zoológico señala, entusiasmado, un pavo real:
- Miren, miren, ¡un pavo ranger…!
(3 AÑOS)

AMOR CÓSMICO

“¿Me querés mucho?” pregunta papá. “Sí” contesta Simón. “¿Hasta dónde?” “Hasta los astronautas”.
(3 AÑOS)

EL CIELO PUEDE ESPERAR

“Cuando yo sea angelito voy a tener alas y voy a ir a visitar a la Nona al cielo.”
(3 AÑOS)

LÓGICA PURA

Caminando por el jardín de la casa de Silvina con mamá, Simón encontró una pluma en el pasto y la levantó. La miró con curiosidad. “Mamá: ¿por qué esta pluma no puede volar?”. “No sé, Simón…” dijo mamá sin saber qué responder. Y siguieron caminando en silencio. Unos pasos más adelante, Simón jugueteaba con la pluma. “Ya sé por qué esta pluma no puede volar, mamá”. “¿Por qué?” preguntó mamá. Simón: “Porque no tiene pájaro”.
(3 AÑOS)

TODO LO QUE DIGAS SERÁ USADO EN TU CONTRA

Discutiendo en un taxi rumbo al colegio Simón decía “No quiero ir al jardín”. Mamá: “Pero tenés que ir”. Simón: “Pero no quiero”. "Pero no importa, tenés que ir igual". Simón: “¡Pero, mamá, no me contradigas!”
(2 AÑOS Y 9 MESES)

SEMANA COMPLICADA

"A ver, Simón, decinos los días de la semana". Y él contaba con los deditos: “Lunes, martes, moriócles, jueves, viernes, sabado, domingo.”
(2 AÑOS Y MEDIO)

CONJUGARSE

“Mamá”, venía Simón corriendo a mostrarle algo a mamá: “Mirá lo que me poní.” Mamá lo corregía: “No se dice “poní”, se dice: “puse”. Dos o tres días después viene Simón contento a mostrarle a mamá: “Mamá, mirá lo que me pusí”.
(2 AÑOS)

Pumpkin

Durante meses fuiste un bebé muy bueno y tranquilo, de esos que provocan la envidia de otras mamás. De recién nacido tuviste unos días bravos cuando aparecieron los famosos cólicos, pero por suerte duraron muy poco. Tomabas la mamadera puntualmente cada dos horas y dormías muy bien, profundamente, a pesar del timbre, el teléfono y los ladridos de Polonio. Cuando llorisqueabas o te quejabas un poco, papá te preguntaba “¿Qué te pasa, calabaza?” Y así nació tu primer apodo: Pumpkin. Perdiste el ombliguito a los ocho días. La nona Lula había venido a Buenos Aires a conocerte y ella nos ayudó a darte tu primer baño. Al principio no te gustó nada, lloraste bastante. Todavía faltaba un tiempo para que te convirtieras en ese pececito fanático del agua que conocimos después.

La marca del indio

Uno de los primeros días, mamá te estaba cambiando y notó que tenías un moretón en la cola, rodeando la zona del huesito dulce. Horrorizada, pensó que te había lastimado sin darse cuenta (las madres primerizas algunas veces pueden ser muy torpes) o que quizá el bebesit era muy duro para una colita tan tierna como la tuya. Pero tu pediatra, el doctor Painceira, nos aclaró el misterio enseguida: “Es «la marca del indio» –nos dijo–. Una mancha de nacimiento.” También mencionó su nombre científico, pero lo olvidamos. Nos pareció mucho más interesante y poético imaginar que por tus venas corría sangre de algún cacique.

Volando a casa

Tenías escasamente 48 horas de vida cuando subiste por primera vez a un avión. Después de tantos nervios, cansancio y trámites, papá y mamá tenían la sensación de estar protagonizando “Expreso de medianoche”, mientras superaban cada paso en el aeropuerto y lograban abordar el avión con su preciosa carga. Dormiste todo el viaje con una paz infinita. Creo que ahí respiramos por primera vez en días... o en años. En el Aeroparque nos esperaban Tito Pérez y Betiana, que justo había vuelto de un viaje un rato antes. En casa, nos esperaba tu tía Paps, que tenía todo listo para tu llegada: las mamaderas y chupetes esterilizados, el bebesit con la colchoneta blanca, el catre de Abril (tu primera cuna) junto a nuestra cama, ropita que heredaste de tus primos, lavadita y planchada... en fin todo lo que con tanto amor habíamos estado preparando para tu llegada. Tu tía también estaba nerviosa e impaciente por conocerte. Y nos esperó con medialunas rellenas de jamón y queso y café caliente, ¡una producción impresionante! Papá te agarró en brazos y te llevó de un ambiente al otro, mientras te mostraba tu nuevo hogar. Habías llegado sano y salvo y por fin estabas en casa.

El día de los ñoquis

Una vieja copla decía que a los niños que nacen de mañana les gusta la manzana. Y que a los que nacen de noche le gusta pasear en coche. Vos naciste una mañana cuando todavía era de noche. Exactamente a las 5:15 de un 29 de julio muy, pero muy frío, y todavía no había amanecido. Fue en un hospital helado y vacío; en varias ventanas faltaban los vidrios. Todo estaba oscuro, frío y triste. Salvo papá y mamá, que caminaban de una punta a la otra de un largo pasillo, con los nervios de punta y el corazón latiendo a mil por hora. Los pastores también estaban ahí, casi tan nerviosos como ellos. Entonces, de pronto, escuchamos tu voz. Lloraste un llanto dulce, pero intenso, anunciándole al mundo que ya estabas aquí. Y papá y mamá se miraron, se abrazaron y también lloraron. En ese instante supieron que eras su hijo, y que nunca nadie los iba a poder separar de vos. Nos contaron que saliste con los brazos hacia delante, como nadando. Enseguida te lavaron, te vistieron con la ropita que mamá había llevado para vos y te pesaron junto a una estufa de cuarzo. Te envolvimos con mantas, un acolchado de cuna y la campera de papá. Vos nos miraste con esos enormes ojos negros, profundos como la noche, y nos derretimos de amor. Eras hermoso, muy peludito, con las mejillas hinchadas y coloradas como dos manzanitas. Al rato, ya estabas tomando tu primera mamadera. Habías nacido el día de los ñoquis y tenías hambre.

Sueño cumplido

Siempre supimos que ibas a llamarte Simón. Hacía mucho tiempo que habíamos elegido ese nombre para vos. Cada fin de año cumplíamos puntualmente con un ritual: escribíamos tu nombre en un papel y lo pegábamos en un globo de gas. SIMÓN, bien grande y con acento. Y el papelito con tu nombre volaba hacia el cielo montado en un globo. Ése era nuestro sueño: tener un hijo varón que se llamara Simón. El 31 de diciembre de 2001 fue un delfín el encargado de llevarse tu nombre al cielo. Y ese año nuevo, que comenzó ese día, ese 2002, fue el año que naciste. Por eso siempre decimos que a vos no te trajo la cigüeña. Te trajo un delfín.

Esperando a papá

Mamá viajó desde Buenos Aires unos días antes para esperarte. Papá iba a volar apenas llegaras al mundo. Pero los días pasaban y pasaban, y no había novedades. Parecía que no tenías ningún apuro por nacer. Pasó la fecha indicada –que era el 25 de julio­– y nada. Pasó el 26, y tampoco. Pasó el 27... nada. Entonces papá decidió viajar ese fin de semana porque se dio cuenta de que mamá (a pesar de que los pastores Diana y Daniel hacían lo imposible por acompañarla y contenerla) estaba demasiado impaciente, ansiosa, nerviosa... al borde de la desesperación. Papá llegó un domingo por la tarde y vos naciste apenas unas horas después, en la madrugada del lunes. Entonces todos entendimos qué era lo que estabas esperando.

¿Pozo del qué..?

Es un lugar, como dice la canción, “donde las calles no tienen nombre”. Un pueblito muy chiquito y muy pobre del Norte de la Argentina. Se llama Pozo del Tigre y queda en Formosa. En otras circunstancias, seguramente papá y mamá jamás lo hubieran conocido. Hace muchísimo calor durante casi todo el año, no llueve nunca, las calles son de tierra y el cielo tiene muchas estrellas. Mamá y papá se sintieron abrumados por esa soledad, el aislamiento, la pobreza. Pero tenían tantas ganas de conocerte, de tenerte en sus brazos, que –a pesar de todo– siempre recordarán ese remoto punto del planeta con un amor infinito. Solamente porque ahí naciste vos.