
La relación con tu abuela Luisa siempre fue muy estrecha y cariñosa. Ella te adoraba y vos a ella. Cada vez que subíamos al auto y el viaje se prolongaba más de lo acostumbrado, vos mirabas por la ventanilla y decías: “No-na, No-na”, adivinando que íbamos a Córdoba a visitarla, cosa que hacíamos al menos cada dos meses. Te mimaba mucho, te esperaba con las cosas ricas que a vos te gustaban, te tejía
pullóveres y gorros, tenía su casa tapizada con tus fotos, tomaban mate juntos. Las amigas me contaron que se la pasaba hablando de
Simoncito, con palabras llenas de orgullo. Se moría de amor cuando apenas abría la puerta, vos le estrechabas tus
bracitos para que te hiciera
upa. A la mañana, mamá y papá aprovechaban para dormir un rato más y la Nona te llevaba con ella a la terraza para tender la ropa o se iban juntos a comprar el pan. El 27 de mayo, de golpe, sin que nadie se lo esperara porque era una mujer
sanísima, tu abuela tuvo un accidente cerebro-vascular. Y el 24 de junio, menos de un mes después, falleció. Tal vez vos eras muy chico y no entendiste bien qué pasó. Pero seguiste preguntando por la Nona muchas veces y cuando veías su foto siempre la nombrabas y le dabas
besitos. Todavía no tenías dos años y ya te habías quedado sin abuelos.
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