Tenías 2 años y ocho meses cuando viste el David de Miguel Angel por primera vez en vivo y en directo. Papá estaba filmando en Italia y aprovechamos un alto en la filmación, un feriado de Semana Santa, para recorrer Florencia con nuestros amigos productores de la película.
Apenas entraste a la Galleria dell' Accademia te quedaste duro mirando la gigantesca escultura y preguntaste: "¿El angelito se hizo caca?", produciendo la carcajada de varios turistas que comprendían castellano. A lo mejor fue porque hacía poco tiempo que habías dejado los pañales y al verlo a David así, con la cola al aire, asociaste.
Un par de semanas después conociste el Museo del Prado. Esa vez fuimos solos y nos pasamos el día entero allí, incluso almorzamos en la cafetería del Museo. Después, cada vez que viajamos a Madrid [[que por suerte y gracias a las coproducciones con España, fueron muchas más]] siempre volvimos al Prado. En particular te gustaron Velázquez y Goya; te fascinó la anécdota de las dos Majas y cuando las comparaste, llegaste a la misma conclusión que la crítica especializada: La Desnuda te pareció infinitamente más hermosa.
Haciéndote caminar durante horas por eternos pasillos llenos de cuadros (porque también te llevamos al Thyssen y al de Sorolla) recordaba mi propia infancia. Mi madre adoraba los museos y me contagió ese amor desde muy chica. Cómo explicarles eso a los actores y técnicos, que cuando volvíamos al rodaje y se enteraban adónde habíamos estado, me miraban como diciendo "¡qué madre desalmada!" o me sugerían que te llevara a la Warner o al Zoo (cosa que también hicimos, por supuesto).
Pero ni una sola vez que te propuse estos insólitos planes me dijiste que no. La última vez ya tenías 5 años y después de recorrer el Prado por cuarta o quinta vez, me preguntaste: "Mamá, ¿alguna vez podemos ir a ver dinosaurios?" Ya conocías el Museo de Ciencias Naturales de Parque Centenario en Buenos Aires y el de La Plata, y te imaginaste que Madrid debía tener un museo así. Entonces al día siguiente bien tempranito fuimos a visitarlo, pero te desilusionó un poco porque era mucho más chico que los nuestros y el único ejemplar de T-Rex era -casualmente- patagónico. Por eso estabas chocho cuando unos días después nos encaminamos al Museo de Cera.
DE TODAS ESTAS ANÉCDOTAS ME ACORDABA HOY CUANDO LEÍ EL EXCELENTE ARTÍCULO "NUNCA SUBESTIMES A UN NIÑO" DE MARÍA AGUSTINA MELCHIORI EN Hablando del Asunto:

"...Cada vez que un padre deja pasar la posibilidad de que su hijo se aburra acompañándolo a un concierto, le está negando una educación que puede estratificar de manera residual. Cada vez que compra un libro de colorear sin texto por más que el angelito en cuestión esté aprendiendo a leer porque “pobrecito, todavía es demasiado para él”, le está negando la posibilidad de un descubrimiento, que puede llegarle tarde o temprano (aunque mejor tarde que nunca). La instrucción de un niño, su culturización, su socialización y los productos de consumo que eventualmente elige, son un todo. El todo que mañana constituirá su vida interior. No es poco.
La idea es sencilla: revertir la des-educación dándole a un chico la posibilidad de elegir entre todo lo que hay. Si nunca probó la remolacha, ¿cómo puede saber que no le gusta? OK. Tenemos un 50% de probabilidades de que escupa la comida en el plato, pero hay que ofrecerle la opción. Si encontrás el tiempo para llevarlo a ver Backyardigans, también podés llevarlo a un teatro de títeres basado en un clásico de la literatura. Si puede tolerar las dos horas y pico de una amansadora como Las crónicas de Narnia, está listo para pasar a una película narrativamente más compleja. ¿Y qué le impide leer Las Mil y Una Noches si ya pasó por Harry Potter?
Acostumbrados a delegar en un chupete del que todos chupan, los adultos irrespetamos a los chicos sin darnos cuenta. Con un irrespeto muchísimo mayor que el que ellos nos devuelven cuando su alienación nos pega en la cara en forma de grito o berrinche. Los subestimamos, los llenamos de etiquetas. Una carrera de 100 metros llanos perdida los inhabilita como atletas. Un libro inconcluso o que no despertó su interés los vuelve “no lectores”. Abandonamos antes de empezar a educar: las justificaciones no importan. Abandonamos. Y es lo peor que podemos hacerle a una persona que está en pleno florecimiento, con las neuronas nuevitas esperando estímulo.
La clave está en aprovechar las herramientas al alcance y usarlas en favor de una constante didáctica. Hasta el juego más aburrido se aprende jugando. El libro que no leyó hoy tiene que dar la pauta del que puede llegar a leer mañana. Si la oferta es tanta, ¿por qué no aprovecharla? (...) Tengo la suerte de tener a dos de mis sobrinas cerca. A la mayor la metí en una sala de cine, por primera vez y sin pochoclo ni coca cola, a los dos años y medio de edad. Una crítica que tenía que hacer sobre Patoruzito me pareció una buena excusa para empezar a socializarla, a acostumbrarla al silencio en la sala y a pedir en voz baja para ir al baño. A los cuatro años, la llevé a ver Nanny McPhee, intuyendo que su cabeza podía absorber un poco más que los dibujitos animados. “Si te aburrís, nos vamos” es la única consigna con la que nos movemos hasta hoy. ¿El resultado? Ahora tiene siete años y es capaz de quedarse sentada a nuestro lado espiando
Murder by death, aunque esté subtitulada y pesque pocos detalles. Después vuelve al colegio, a “Patito feo”, a “High School Musical” y a su pieza decorada de Barbie del piso al techo. Gustos son gustos."

TENER UN HIJO ES COMO VIAJAR A AUSTRALIA

Different Trips to the Same Place

Deciding to have a baby is like planning a trip to Australia. You've heard it's a wonderful place, you've read many guidebooks and feel certain you're ready to go. Everyone you know has traveled there by plane. They say it can be a turbulent flight with occasional rough landings, but you can look forward to being pampered on the trip.
So you go to the airport and ask the ticket agent for a ticket to Australia. All around you, excited people are boarding planes for Australia. It seems there is no seat for you; you'll have to wait for the next flight. Impatient, but anticipating a wonderful trip, you wait - and wait - and wait. After a long time the ticket agent tells you, "I'm sorry, we're not going to be able to get you on a plane to Australia. Perhaps you should think about going by boat!"
"BY BOAT!" you say. "Going by boat will take a very long time and it costs a great deal of money." So you go home and think about not going to Australia at all. But you have long dreamed of this wonderful place, and finally you decide to go by boat. It is a long trip, many months over many rough seas. Meanwhile, your friends have flown back and forth to Australia two or three more times, marveling about each trip.
Then one glorious day, the boat docks in Australia. It is more exquisite than you ever imagined, and the beauty is magnified by your long days at sea. You have made many wonderful friends during your voyage, and you find yourself comparing stories with others who have also traveled by sea rather than by air.
You will always wonder what it would have been like to fly to Australia. Still, you know God has blessed you with a special appreciation of Australia, and the beauty of Australia is not in the way you get there, but in the place itself.

¡Gracias a Paula y Alejandra, dos amigas del Foro de Adopción, por pasarme este hermoso texto!