SOÑAR NO CUESTA NADA

"Yo quisiera vivir en Estados Unidos. Ustedes se van a trabajar y yo me voy a Disney."
(5 AÑOS Y 2 MESES)

El fin de una era

La caída del primer diente marca un hito, una bisagra, un punto de inflexión. Habrá —desde entonces y para siempre— un antes y un después. Es, señoras y señores, el fin de una era. A vos te pasó exactamente la mañana del miércoles 12 de septiembre de 2007, en el medio de una clase sobre la luz, en salita de 4. Las maestras, no sé si Analía o Andrea o ambas, guardaron el minúsculo diente en un sobrecito de papel y lo pegaron en el cuaderno de comunicaciones con la correspondiente notita amorosa sobre la emoción que había causado la novedad (fuiste el primero de tu clase, no era para menos). La caída del primer diente, mucho más que la primera palabra o el primer paso de un hijo, nos sacude el alma con la evidencia del fin: el fin de la bebetud, o del bebismo o de la bebancia, o como quiera que se diga ese momento exacto en el que uno descubre que ya no tiene más un bebé en casa, ya tiene un pibe. Uno sabe, como supieron aquella vez todos esos alemanes y el mundo entero cuando lo del Muro, que hay caídas que cierran el pasado de un portazo.
Por eso, cuando volviste ese día del colegio, tan entusiasmado mostrando el "aujerito" y hablando rápido de ratones y monedas, cuando resultó evidente que nuestro hijo primogénito había crecido así tan de repente, te abrazamos muy fuerte y con los ojos húmedos.
A vos se te cayó un diente. Pero a nosotros unas cuantas lágrimas.
Cataratas del Iguazú, Argentina - Septiembre 2007

El dolor más grande

Son esos famosos momentos en que uno quisiera poder rebobinar la película y borrar esa escena espantosa que se está viviendo. Tenías cinco años recién cumplidos cuando pensamos que por fin íbamos a cumplir el gran anhelo de traer a casa esa hermanita que tanto querías. Ya tenía nombre, ya tenía padrinos y un lugar en nuestros corazones; ya hablábamos de ella como parte de la familia, con la impune e ingenua certeza del que nunca ha pasado por desilusión alguna. Nos equivocamos. El destino quiso que su camino fuera otro, y nos tuvimos que volver a casa con las manos vacías y el corazón roto. Papá y yo jamás olvidaremos el dolor que nos causó darte la mala noticia. Un padre no quiere que sus hijos sufran nunca, pero es inimaginable cuando la pena la causa uno mismo con sus palabras. Tal vez algún día la herida cicatrice. Ojalá la vida nos compense y recordemos todo esto como un mal paso que a la larga tuvo un final feliz. Mientras tanto, sólo podemos pedirte perdón. Perdonanos, hijito querido, porque siendo tan chiquito tuviste que vivir ese dolor tan grande.
Segovia, España - Abril 2005

UN PAPÁ GENIAL

"Cuando yo tenga un hijo le voy a hacer caso en todo, ¡y también le voy a dejar decir malas palabras!"
(ENOJADO, 5 AÑOS Y 2 MESES)