El fin de una era

La caída del primer diente marca un hito, una bisagra, un punto de inflexión. Habrá —desde entonces y para siempre— un antes y un después. Es, señoras y señores, el fin de una era. A vos te pasó exactamente la mañana del miércoles 12 de septiembre de 2007, en el medio de una clase sobre la luz, en salita de 4. Las maestras, no sé si Analía o Andrea o ambas, guardaron el minúsculo diente en un sobrecito de papel y lo pegaron en el cuaderno de comunicaciones con la correspondiente notita amorosa sobre la emoción que había causado la novedad (fuiste el primero de tu clase, no era para menos). La caída del primer diente, mucho más que la primera palabra o el primer paso de un hijo, nos sacude el alma con la evidencia del fin: el fin de la bebetud, o del bebismo o de la bebancia, o como quiera que se diga ese momento exacto en el que uno descubre que ya no tiene más un bebé en casa, ya tiene un pibe. Uno sabe, como supieron aquella vez todos esos alemanes y el mundo entero cuando lo del Muro, que hay caídas que cierran el pasado de un portazo.
Por eso, cuando volviste ese día del colegio, tan entusiasmado mostrando el "aujerito" y hablando rápido de ratones y monedas, cuando resultó evidente que nuestro hijo primogénito había crecido así tan de repente, te abrazamos muy fuerte y con los ojos húmedos.
A vos se te cayó un diente. Pero a nosotros unas cuantas lágrimas.

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