Dos gotas de agua

Era frecuente, desde muy chico, que la gente te encontrara parecido a papá. El color de pelo, los ojos, los dos altos y grandotes, en fin, rasgos que comparten muchas personas, pero que todos atribuían automáticamente al hecho de que fueran padre e hijo. Suele decirse que los niños adoptados se van pareciendo a sus padres con el tiempo porque copian gestos, tonos, formas de caminar, etc. Pero hubo dos anécdotas relacionadas con esto que nos causaron mucha gracia. Una vez acompañamos a papá a la peluquería a la cual él solía ir bastante seguido, pero siempre solo. Apenas el peluquero te vio, le dijo: "No podés negar que es hijo tuyo, che. La misma forma del cráneo tienen". Y es cierto, créase o no: ambos tienen cabezas de tamaño considerable y un cierto achatamiento en la parte posterior. Pasó un tiempo y vino a casa Claudio, ¿te acordás?, es el señor que nos arregla las computadoras. Observando una foto tuya y de papá en el monitor de la PC, comentó: "Son iguales, eh. ¡Lo que es la genética!"

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